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Varsovia en la piel
Sobrevivientes del Levantamiento de la capital
polaca contra la ocupación nazi recuerdan el horror, 70 años después
Por Ana Wajszczuk | Para LA NACION, Domingo, 24 de agosto de 2014
(http://www.lanacion.com.ar
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http://www.lanacion.com.ar/edicion-impresa/suplementos/revista)
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Helena Chodowic de Chelmicki (90) dice
que su familia la dio por muerta y hasta hizo una misa
por ella. Foto: LA NACION / Martín Lucesole |
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Warschau
ist kalm. Ese martes 1° de agosto de 1944, a las 13.29, con el
calor del verano ascendiendo y lloviznas en el horizonte, el parte
diario de la agencia de noticias alemana informaba el estado de la
ciudad que desde hacía cinco años sobrevivía bajo la brutal
ocupación nazi: Varsovia está en calma. No era cierto.
Del otro lado del río Vístula, que recorre de norte a sur la capital
de Polonia, tan vital en su ruta hacia Berlín como odiada por
Hitler, se escuchaba la artillería del Ejército Rojo acercándose.
Menos el invasor, toda Varsovia -el millón de habitantes que quedaba
después de la deportación o el asesinato sistemático de miles de
personas- presentía lo que estaba por suceder.
Entre 40 y 50 mil hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, muchos
aun niños, vestidos con ropas de civil o con viejos uniformes y un
brazalete rojo y blanco -los colores de la bandera polaca- en la
manga, esperaban en la clandestinidad que el reloj marcara las 17:
la hora W, la hora del estallido (wybuch, en idioma polaco), pero
también la de la liberación (wyzwolenie).
Era la señal para el inicio de la insurrección que venía preparando
el AK (Armia Krajowa, Ejército de la Patria) desde el mismo momento
de la ocupación nazi en septiembre de 1939. Un ejército clandestino
sin parangón en la Europa ocupada: apoyado desde Londres por el
gobierno polaco en el exilio, tenía 400.000 miembros en toda
Polonia. Bajo su paraguas, en contra del enemigo común, terminarían
uniéndose desde organizaciones de ultraderecha hasta las de
orientación comunista.
El AK formó en 600 compañías distribuidas en siete distritos, con
reservas de armamentos y comida para combatir de tres a siete días,
lo justo para recibir a los Aliados rusos en una ciudad liberada y
poner freno a las ambiciones de Stalin sobre territorio polaco.
Confiaban en la ayuda de los Aliados occidentales, a quienes Polonia
tanto había contribuido a costa de sus propias fuerzas. Apenas el
diez por ciento de los insurgentes contaba con un arma, en su
mayoría viejos revólveres o filipinkas, granadas de mano de
fabricación casera. El entusiasmo, sin embargo, era enorme.
Un puñado de chicos y chicas que aguardaban, expectantes, en
diferentes puntos de la ciudad, no podían imaginar en ese momento
que setenta años después contarían esta historia -o la contarían sus
hijos- al otro lado del océano, en la Argentina.Todavía tampoco
sabían que era el inicio de un calvario de sesenta y tres días en
los cuales el resto del mundo los abandonaría a su suerte. La
rebelión más larga y sangrienta de la Segunda Guerra Mundial, que
concluiría con la muerte de alrededor de 200.000 ciudadanos, con la
expulsión de 700.000 civiles y 15.000 miembros del AK prisioneros,
en una ciudad arrasada calle por calle hasta los cimientos, entraría
a la historia como el Levantamiento de Varsovia. Y estaba a punto de
comenzar. |
El niño de la guerra |
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Jorge Lagocki tenía 7 años cuando
estalló el Levantamiento. Foto: LA NACION |
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Jorge Lagocki (77) es ingeniero e
integra la Unión de los Polacos de la República
Argentina. Foto: LA NACION / Martín Lucesole |
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Cerca
de la casa de Jorge Lagocki, en el barrio obrero de Wola, la
sublevación se adelantó: órdenes que no llegaron a tiempo y la
proximidad del cuartel general del AK hicieron que ya a las 2 de la
tarde se sintieran los primeros tiros. Jorge se llamaba Jerzy en ese
entonces. Tenía 7 años y sabía perfectamente que todo el mundo
estaba de alguna manera vinculado con la resistencia en Varsovia,
esa ciudad donde una tía -enfermera y, luego se enteraría Jorge,
miembro del AK- lo alojaba junto a su mamá desde el año anterior,
cuando escapaban de Lwów, en el sudeste polaco, ante el avance del
Ejército Rojo y la muerte de su padre en el frente.
Los
primeros días del Levantamiento se protegieron en el sótano del
edificio donde vivían, junto a otros vecinos: mujeres, niños, viejos.
Esperando. "Al tercer día, los comentarios eran que nuestro barrio
estaba prácticamente limpio, en manos de la resistencia", cuenta hoy
este ingeniero de 77 años de dicción impecable y ojos verdes, en la
sala de reuniones de la Unión de los Polacos de la República
Argentina, donde ocupó diferentes cargos a lo largo de los años. "Con
mi mamá decidimos subir al tercer piso, al departamento. Estábamos
cenando y de repente, una explosión terrible. Se oscureció todo."
Contra Jorge impactó el vidrio de un ventanal. Chorreando sangre, no
sabía qué había pasado. Su madre se había salvado de ser aplastada
por un rodillo de exprimir ropa. "Rezá, rezá para que la escalera
esté y podamos bajar", recuerda que le gritó ella. Lograron salir y
llegar a una posta sanitaria.
Jorge dice que en ese momento empezó a ser quien es hoy. "Estaba
justo en el lugar que me tocaba estar, en el medio de los
combatientes. Me sentía de lo más orgulloso. Lo único que me faltaba
era un arma." Luego se enteró del porqué de la explosión: el AK
había volado el edificio contiguo a su casa, repleto de oficiales
alemanes que se negaban a rendirse.
Los primeros días del Levantamiento, el factor sorpresa inclinaba la
balanza para el AK: la bandera polaca ondeaba por primera vez en
cinco años al tope del edificio más alto de Varsovia, la resistencia
también había tomado otros puntos vitales. Para el 5 de agosto, el
Levantamiento logró su mayor extensión, más del 70% de la ciudad. En
el barrio de Jorge, como en todos, los vecinos se sumaban armando
barricadas con muebles y tranvías; construyendo pasajes subterráneos,
sacando las banderas ocultas por años. Pero la ayuda de Occidente, a
pesar de los desesperados pedidos del AK, seguía sin llegar. Y la
artillería rusa, sorpresivamente, dejó de oírse al otro lado del
Vístula.
Ese mismo 5 de agosto, 50 mil tropas alemanas entraron a Varsovia,
entre ellas la Brigada Kaminski, integrada por asesinos y violadores
liberados de las cárceles alemanas. Atacaron directamente a la
población civil: en pocos días, más de 35 mil hombres, mujeres y
niños fueron asesinados, quemados vivos junto a sus casas o usados
como escudos humanos frente a los tanques. Los Lagocki vivieron el
resto del Levantamiento apiñados con sus vecinos en el sótano del
edificio, comiendo lo que quedaba en las casas derrumbadas o carne
de los caballos muertos en la calle.
Wola fue el primer distrito en rendirse. Hacia fines de septiembre,
Jorge, su madre y los habitantes del sótano fueron deportados al
campo de prisioneros en Pruszków, 15 km al oeste de la ciudad. Por
allí, entre agosto y octubre de 1944, pasaron más de 500 mil
varsovianos, muchos directo hacia Auschwitz. Se rumoreaba, en el
camino, que habría una selección. Jorge sabía lo que significaba. "Nosotros
no íbamos a formar parte de ninguna selección. O nos mataban ahí
mismo o nos fugábamos." Los Lagocki se escaparon de la fila, a un
pueblo donde tenían conocidos. Tres años después, en plena represión
comunista, lograron que otra tía, que vivía en la Argentina, los
sacara de Polonia. Jorge construyó aquí su vida: cuatro hijas, nueve
nietos, una gerencia en la fábrica Ford. Volvió dos veces a Polonia.
Y hay una imagen que no olvida: "¿Viste la película El pianista, lo
que muestra de Varsovia al final de la guerra? Era tal cual, pero en
la película falta el humo y los cadáveres. Y los alemanes con los
cañones derribando las casas. Eso era su venganza por el
Levantamiento". |
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Tres hermanas |
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Hanna fue enfermera del AK, el
ejército de la resistencia. Foto: LA NACION |
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Era
la hermana del medio. Y la líder. Anna Gologowska tenía 23 años
cuando estalló el Levantamiento, y hacía un tiempo que había
convencido a sus hermanas, Wanda e Irene, de unirse al AK. Pero
había llegado el momento de blanquearlo ante sus padres. "Me contaba
que el abuelo se quedó duro, pero se le veía el orgullo de que sus
tres hijas se jugaran así por la patria", cuenta su hija, Mónica
Ponc, una mujer bajita y rubia de mirada dulce que nació tres años
después de ese momento, cuando su madre se había casado y había
emigrado a Inglaterra. Mónica dio sus primeros pasos en el barco que
en 1948 los trajo a los tres, más su tía Irene y esposo, a Buenos
Aires. "La abuela empezó a llorar, pero al rato ya les estaba
buscando zapatos que les podían servir, porque estaban armando el
uniforme." El distrito de Sródmiescie, el centro de la ciudad, donde
lucharon las hermanas Gologowska, aguantó hasta el final, rodeado y
casi sin víveres. El AK apenas lograba recuperarse con los escasos
suministros arrojados desde aviones que no caían en manos alemanas.
Y Stalin se negaba a dejar usar a los Aliados su espacio aéreo.
Ninguna de las tres hermanas vive hoy. Mónica, que trabaja en la
Biblioteca Polaca Ignacio Domeyko, tal como lo hizo su madre durante
muchos años, muestra las fotos donde se las ve con el uniforme
polaco, jóvenes y sonrientes una vez liberadas del campo de
prisioneras. Como la mayoría de las aproximadamente 5 mil mujeres
insurgentes, no tenían entrenamiento militar: eran mensajeras y
trabajaban en enfermería. El general Tadeusz Bór Komorowski,
comandante en jefe del AK, reconocería en sus memorias el
extraordinario valor de estas muchachitas, que eran más resistentes
que los hombres, psicológicamente hablando.
Después de la capitulación, primero Anna y luego sus hermanas fueron
trasladadas en vagones de carga de Pruszków a Alemania. Recalaron en
un campo destinado exclusivamente a las mujeres del AK, en
Oberlangen (Sajonia, cerca de la frontera holandesa). Eran más de
1500. Después de meses de hambre y frío, en abril de 1945 el campo
fue liberado por el 1er. Cuerpo Polaco del general Maczek. "En un
batallón estaban quienes serían luego mi papá y el esposo de mi tía
Irene", cuenta Mónica. Hubo muchos matrimonios entre los soldados de
Maczek y las chicas del AK. La alegría de haber sido liberadas por
paisanos era contagiosa.
"Dentro de todo, mi mamá tenía buenos recuerdos, a pesar de lo que
sufrieron. La camaradería, el valor. Cuando fue el 60° aniversario
dieron un documental, y se agarraba la cabeza: ¡Qué locura hicimos!,
decía. Pero las tres estaban muy orgullosas de haber luchado por su
país", cuenta Mónica, que creció escuchando a los amigos de sus
padres hacer catarsis hablando de esos momentos. Todos extrañaban
Polonia, dice, pero ya no era su lugar. Allí habían quedado sus
raíces. Acá nacían sus hijos.
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Bajo las balas |
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-Papá, estoy en el AK. Va a estallar una insurrección y tengo que
presentarme.
El padre de Hanna no se enojó ni la criticó. Y ella respiró aliviada:
hacía varios meses, desde que había terminado el secundario, que
pertenecía al AK y no le había dicho ni una palabra a sus padres.
"Mi madre me dijo llorando: Ya sé que no te voy a ver nunca más. Y
fue así: años después, ella enfermó de cáncer y nunca volvimos a
vernos", cuenta hoy Hanna Chodowiec de Chelmicki, una señora de 90
años, menuda como un pajarito, mientras sirve café y masitas en la
misma casa de Adrogué que empezó a construir con su esposo poco
después de llegar a la Argentina en 1948.
Hanna vivía junto a su familia en el suburbio residencial de Saska
Kepa, del otro lado del Vístula. Había empezado a estudiar Medicina,
en la escuela clandestina. En el AK la nombraron enfermera. Su
seudónimo era Irka. "La insurrección tenía que empezar en el puente
que une el barrio de Praga, donde estábamos, con Varsovia. Y mi
grupo estaba por salir cuando llegaron noticias: iba a estallar del
otro lado. Teníamos que esperar órdenes. Por la noche, se veían las
balas de los cañones. Eran como naranjas incandescentes, pelotas de
fuego que volaban por el cielo."
Las veces que intentaban salir a la calle, les llovían balas de los
techos. Por fin les llegó la orden: abandonar Praga y unirse a las
tropas clandestinas en los bosques de Kampinos, al oeste de Varsovia.
Después de varios días lograron llegar. En uno de los poblados, el
grupo de Hanna hizo base. "Un par de semanas después nos atacaron.
Rodearon completamente el bosque, eran como ocho mil soldados." La
operación fue bautizada Sternschnuppe (Estrella fugaz) por los
alemanes. Los aviones volaban bajo disparando ráfagas de
ametralladora, dispuestos a exterminar a los partisanos de Kampinos.
"Por qué no me llegó una bala, la verdad no lo comprendo." Hanna
cuenta: durante el Levantamiento estuvo directamente en cinco
bombardeos, y cuatro veces bajo las balas de las ametralladoras.
Al anochecer del 30 de septiembre, el grupo de Kampinos había dejado
de existir. Hanna cayó prisionera. La llevaron a Pruszków, donde se
enteró de que el Levantamiento había terminado. "Yo no sabia qué
había pasado con mi familia. Después supe que incluso celebraron una
misa por mí: pensaron que había muerto." Mientras escapaba por los
bosques, los miembros del AK eran reconocidos formalmente como parte
de las fuerzas armadas polacas, amparados por la Convención de
Ginebra. Tal vez esa fue la razón de que la tomaran prisionera en
vez de matarla. Hanna recaló en el campo creado para las mujeres del
AK. Sobrevivía apenas con los paquetes de comida que enviaba la Cruz
Roja.
Cuando las tropas del general Maczek liberaron el campo, pidió ser
enviada a Bélgica a estudiar. Bajo el nuevo régimen digitado por la
URSS, volver a Polonia no era una opción: más de 50 mil ex
insurgentes fueron arrestados en los primeros meses de 1945. En
Bélgica pudo por fin comunicarse con su familia, y conoció a
Teodosyus, su futuro marido, que había pasado toda la guerra
prisionero. Casados llegaron a la Argentina, ese país que Hanna
imaginaba como El Congo y resultó ser más que París: las calles y su
arquitectura palaciega, la gente tan educada, el jamón rebasando los
sándwiches. Tuvieron dos hijos, nietos y bisnietos. Nunca se
arrepintió de unirse al AK, dice. "Pero no me gustaba recordar esos
tiempos. Teníamos rencor contra los rusos que no nos ayudaron,
contra los Aliados que permitieron eso. A partir de mis nietas pude
recordar. No de otra manera, pero sí sin que me doliera tanto." |
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Un boy scout en la línea de fuego |
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Madurar de golpe: Ricardo Arendarz, de niño, combatió junto a los
boy scouts. Foto: LA NACION |
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Hacia
fines de agosto de 1944, el contraataque alemán se dirigía hacia el
sur de Varsovia, a Czerniaków, en la ribera del Vístula. En un
internado salesiano de ese barrio estaba Ricardo (Ryszard, en polaco)
Arendarz: un chico de 14 años, pero también un veterano de guerra.
Su padre ya había logrado escapar a la Argentina un par de años
antes; su madre, que cumplía tareas de intérprete en el AK, había
sido evacuada de Varsovia por la organización cuando detuvieron a su
jefe.
El AK puso a Ricardo en el internado, con documentos falsos: pasó a
ser Ian Bontrom. Y junto a un grupo de seis o siete chicos decidió
unirse a las Columnas Grises (Szare Szaregi), la organización de
resistencia clandestina de los boy scouts. "¡Sabés cuántos muchachos
de mi edad se unían al AK! Y más chicos también", dice hoy sentado
en el comedor de su casa este señor de ojos claros e impecable
corbata, tiradores y cárdigan, vicepresidente de la Asociación de Ex
Combatientes Polacos en la República Argentina (SPK, por sus siglas
en polaco).
Para cuando estalló el Levantamiento, Ricardo estaba viviendo en la
casa de un jefe del AK que conocía a su madre. "En cualquier momento
la organización te puede necesitar, me dijo. Nos daban instrucción,
pero no armas, porque éramos muy chicos", cuenta. "Pero yo me
conseguí una. Era muy primitiva, de la Primera Guerra Mundial. La
cambié por dos litros de vodka, conseguí unas balas en el mercado
negro y me fui a practicar a un lugar alejado. Por suerte andaba, y
yo me sentía más seguro." Ricardo ya había logrado llegar al
internado, donde estaba su grupo. Hacía de enlace, en bicicleta, con
los combatientes de la localidad de Sadyba, a dos km. Un día, a fin
de agosto, como ya oscurecía, tuvo que quedarse a dormir allí. Fue
la noche en que los alemanes atacaron. "Bajamos a los sótanos, a
todos los menores nos ordenaron sacarnos los brazaletes y las
insignias, y entregarnos como civiles si nos detenían. Y empezó un
tiroteo enorme." Ricardo fue llevado con otros prisioneros a
Pruszków. Pensaba en escaparse, pero no tenía dónde ir. Y en
Czerniaków seguía la lucha: el barrio aguantó casi hasta el final
del Levantamiento. Los insurgentes que quedaron escaparon por los
canales cloacales hacia Mokotów, en el sudoeste. Así ya habían
evacuado la Ciudad Vieja, en una de las acciones más trágicas y
arriesgadas del Levantamiento, el general Bór, el Estado Mayor
Subterráneo y varias centenas de insurgentes. |
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Ricardo Arendarz (85) nunca volvió a Varsovia, aunque todavía tiene
ganas de regresar. Foto: LA NACION / Martín Lucesole |
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Ricardo
fue enviado como mano de obra a Breslau, la capital de Silesia (hoy
Wroclaw). Cuando los rusos atacaron, logró huir, regresar a Polonia
y encontrar a su madre. Juntos volvieron a Varsovia en 1945. No
tenían idea de la magnitud de la destrucción. Bajo veinte millones
de metros cúbicos de escombros y cenizas yacía su ciudad. No había
electricidad, y el agua se recogía del Vístula o de algún caño roto
que largaba un líquido verdusco. A pesar de ser una tierra baldía,
ya habían regresado más de 150 mil personas. La madre de Ricardo
logró mandar un telegrama a la Argentina, y así su padre, que los
creía muertos y se había vuelto a casar, se enteró de que en
Varsovia todavía tenía mujer e hijo. "Era difícil salir del país,
pero todo el mundo se quería ir. Muchos se afiliaron al Partido
Comunista sólo para que les dieran trabajo en el exterior." Por las
gestiones de su padre lograron un permiso de visita. Ricardo nunca
regresó. Primero por el miedo a ser detenido, después para no dejar
sola a su madre. A los 85 años, dice que todavía tiene ganas de
volver a ver Varsovia. |
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El soldado de Mokotów |
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En 2004, la CNN televisó un especial sobre el Levantamiento, con
filmaciones originales del Departamento de Propaganda del AK.
Escenas de bombardeos y escombros, pero también de bodas, misas y
ollas populares. Y del desfile de capitulación: los insurgentes
marchan en columna, la cabeza en alto, la mirada acongojada, usando
los brazaletes blanquirrojos por última vez. Un plano medio muestra
a un muchacho alto, las mejillas hundidas, que lleva la bandera
polaca y una frazada al hombro. Andrés Chowanczak se quedó helado:
ese hombre era su padre.
"No lo podía creer. Fue algo muy emocionante", dice hoy este
ingeniero de 48 años, una de las personas, al menos en la Argentina,
que más saben sobre el Levantamiento de Varsovia, donde además de su
padre participó su abuelo. Andrés investigó aquí y en Polonia sobre
esas historias que escuchaba de chico en su casa, y que tanto se
parecían a una leyenda. Stanislaw Chowanczak, su padre, rebautizado
Estanislao en la Argentina, había muerto en 1997, y había contado
poco de su participación a los 19 años como combatiente en el
distrito de Mokotów, uno de los últimos bastiones de la resistencia.
El abuelo de Andrés, Jan, era toda una personalidad en Varsovia:
dirigía el imperio peletero más importante de Europa. A. Chowanczak
i Siew exportaba a todo el mundo, proveía de abrigos al cuerpo
diplomático y a las estrellas de cine. Jan también era socio de un
banco, vivía en un palacio -donde hoy es el Ministerio de Cultura- y
les había dado a sus hijos una educación de élite. A pesar de las
advertencias de sus socios ingleses, Jan no sacó un centavo de
Polonia, sino que se dedicó a financiar con su patrimonio al AK y a
formar el Estado Subterráneo. "Era muy amigo del presidente polaco y
del jefe de gobierno de Varsovia", dice Andrés. "Sobornaba a los
gendarmes alemanes para liberar a personas detenidas o comprar armas
que ocultaba en el sótano del palacio, escondía a gente perseguida
por la Gestapo, organizaba reuniones del Comando de la resistencia,
creó escuelas clandestinas. Como pantalla, puso a un alemán en el
directorio de la empresa."
Su hijo Estanislao, mientras tanto, se enfrentaba a los tanques
enemigos con botellas de gasolina en un distrito cada vez más
cercado. "Mi papá fue herido, pero igual siguió luchando hasta la
capitulación de Mokotów, el 27 de septiembre de 1944." Ese fue uno
de los días más trágicos del Levantamiento. Junto a otros
combatientes, Estanislao reptó por los canales cloacales buscando
llegar al centro de la ciudad, que aún resistía. El cineasta Andrzej
Wajda retrataría años después, en la película Kanal, la asfixia y el
terror que dominaron esos laberintos repletos de remolinos, materia
fecal y ratas, donde muchos vagaron por horas para morir ahogados,
enloquecidos por los gases tóxicos o bajo las granadas de los
alemanes. Otros, como Estanislao, perdieron la orientación para dar
nuevamente en Mokotów, justo en las fauces de los nazis, que a pesar
del cese del fuego y la capitulación ejecutaron a más de cien
insurgentes. Cuando le tocaba el turno, Estanislao y su grupo vieron
llegar a un general alemán vestido de gala, que apenas podía
contener el vómito ante los cadáveres y la sangre manchando sus
botas bien lustradas. Alguien susurró que era Erich von dem Bach, el
general SS que dirigía la liquidación del Levantamiento. Habían
contravenido sus órdenes. Furioso, mandó que los llevaran al fuerte
Mokotów, a reunirse con el resto de los detenidos.
Estanislao se salvó. Hizo el recorrido de la mayoría de los
insurgentes prisioneros: primero Pruszków, luego el campo Stalag XB
en Sandbostel (Sajonia). Solía contarle a su hijo Andrés que de su
metro noventa, la parte más gorda cuando fue liberado del campo era
la rodilla. Jan, por su parte, había sido enviado a Buchenwald,
donde lo tiraron a unos perros que le destrozaron una pierna. Mas
tarde pudo volver a Varsovia, donde presidió el sindicato de
peleteros y ayudó en la reconstrucción de la ciudad. Murió en 1949,
como consecuencia de la amputación de su pierna, mal curada. Padre e
hijo no volvieron a verse.
Después de liberado, Estanislao viajó a estudiar economía a Bélgica
y luego llegó a Buenos Aires, donde se instaló en zona norte. Se
casó con una hija de polacos que también habían peleado la guerra;
nacieron dos hijos. Andrés preparó y ganó un juicio contra el estado
polaco por la confiscación durante la época comunista de las
numerosas propiedades de su familia: entre ellas, 10 hectáreas en
donde hoy se levanta el estado nacional. Pero todavía no recibió un
centavo. |
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Las ruinas heladas de Varsovia |
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A las 8 de la noche del 2 de octubre de 1944, ya al límite de sus
fuerzas, el general Bór decidió capitular a condición de que la
Wehrmacht y no las SS comandaran la rendición. Los combatientes
tendrían trato de prisioneros de guerra según la Convención de
Ginebra y los civiles no sufrirían consecuencias. Los alemanes, a
pesar de su inmensa superioridad militar, habían perdido casi el 50%
de sus fuerzas: más de 25 mil muertos, desaparecidos y heridos.
El 5 de octubre, a las 9.45 de la mañana, las últimas columnas del
AK dejaron la ciudad. A partir de ese día, siguiendo las órdenes de
Hitler de que Varsovia debía desaparecer completamente de la faz de
la Tierra, la capital fue saqueada, incendiada y bombardeada:
palacio por palacio, monumento tras monumento, casa por casa. Fue la
campaña más destructiva de toda la Segunda Guerra Mundial. Sólo
quedó en pie el 15% de las edificaciones: las pérdidas superaron a
Hiroshima y Nagasaki juntas.
Los líderes del AK no sabían que el futuro de Polonia se había
decidido un año atrás, en la Conferencia de Teherán: un tercio del
territorio sería anexado a la Unión Soviética y el país quedaría
bajo su área de influencia. El 17 de enero de 1945, el Ejército Rojo
por fin cruzó el congelado Vístula, y las ruinas nevadas de Varsovia
cayeron sin un disparo. Dos días después, con los alemanes fuera de
la capital, se disolvía para siempre el AK. Empezaba una dictadura
que duraría cuarenta y seis años. |
Un lugar para recordar |
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Sólo hacia el final del régimen comunista se pudo empezar a honrar
en Varsovia la memoria del Levantamiento. En este 70° aniversario,
los ex insurgentes que aún viven serán recibidos por el presidente -ya
una tradición- y se organizarán actos y conmemoraciones por toda la
capital polaca. Quedan unos 3300 sobrevivientes en todo el mundo.
Muchos acudirán al homenaje: por la Argentina está invitada Hanna
Fuglewicz (no pudo participar de esta nota por problemas de salud),
que fue mensajera del AK. Como ella, se calcula que de los 25 mil
polacos que llegaron a la Argentina entre 1946 y 1951, recalaron
unos 250 ex insurgentes, muchos agrupados en el Círculo del Armia
Krajowa, que funcionó hasta 2004. El próximo domingo, 31 de agosto,
una misa en la iglesia polaca Nuestra Señora de Guadalupe (Mansilla
3842) y una ceremonia en la Unión de los Polacos (J. L. Borges 2076)
recordarán a los insurgentes de Varsovia. |
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